Dos mujeres comen pipas en un parque, o en la puerta de una casa, o en un patio.
Comparten un espacio cotidiano común, una conversación, la intimidad del silencio.
De pronto, el cante y el baile rompen el mundo ordinario e introducen la magia.
En un tiempo suspendido, enigmático, la coreografía nace como un remolino delicado
hasta transformarse en un torbellino.
Un taconeo que se queja y se ríe en bucle.
Una canción que no se detiene, que se eleva y envuelve el espacio.
El Taranto, como palo flamenco, procede de la zona minera de
Almería. En origen es un cante primitivo, sencillo, seco, sin guitarra, que nació de la necesidad de cantar por libre.
En esta pieza de investigación escénica hay una desnudez que nos acompaña y con la que experimentamos. Respetando la estructura del tablao tradicional, investigamos cómo el encuentro entre el baile y el cante puede dar paso a lo aleatorio para transformarse.
Desde el silencio, sin instrumentación, iniciamos una conversación entre la voz y el cuerpo, dejando que el azar intervenga.
La llamada al baile explora los quejíos del taranto para que las coreografías se transformen desde el contagio, incorporando todo aquello que surge al bailar y al cantar.
En el lenguaje escénico –enmarcado en las nuevas dramaturgias– nos adentramos en la investigación del cuerpo y la sorpresa del cante desnudo. Sin buscar algo concreto aparece la gestualidad irreverente, el humor, lo azaroso. El baile y el cante se modifican sin romperse del todo y lo que sucede lo integramos, como en la vida, para seguir bailando.