Cada uno es las huellas que le habitan. La otredad del espacio establece un dialogo con el cuerpo. El lugar que habitamos se nutre de presencias y ausencias, en una dicotomía que da origen a un dialogo nunca concluso. Con esta evocación, la ausencia se hace presencia corpórea y se traduce en una suerte de vibración que tensiona el cuerpo como un eco de lo que fue y ya no está. Ahí nace el espacio de la imaginación, que nos brinda formas de trascender la sensación fractal de existencia corpórea, para llegar a sentir la vida como un ser vivo en infinita interconexión.