Un anhelo no es más que un deseo intenso y vehemente. Puede responder a la necesidad de conseguir algo a nuestro alcance tras un esfuerzo superlativo o puede ser la ilusión, vana e inútil, de materializar imposibles. Un anhelo nos levanta por la mañana, nos crea espejismos de futuro, nos da razones para seguir adelante. Pero rara vez luchamos por un objetivo sin ayuda de nadie. Siempre está el otro, con frecuencia los otros, que a su vez, confían en uno para llegar a la meta de sus propios anhelos. Y se crea un círculo de necesidades.
En Anhelo, coreografía del bailarín y coreógrafo Mario Bermúdez para su compañía Marcat Dance, aparece la imagen recurrente del bailarín sujetado con fuerza por el resto del equipo. Puede que traten de no dejarle caer pero cabe también la posibilidad de que impidan que salga volando.
Los anhelos son deseos intensos y vehementes pero a veces no son factibles ni realistas y es gesto solidario que los demás te lo hagan saber. Aunque la naturaleza de la coreografía es abstracta y en apariencia nada concreto quiere contarnos, sus bailarines en constante desequilibrio y perenne caída, confiando siempre en que el otro impedirá su desgracia, parecen querer enviar mensajes concretos a la platea.
Por lo demás, Anhelo es una obra de preocupación por las formas, de composición en el espacio y cuerpos en armonía. Transcurre con serenidad y precisión al ritmo ascendente de la música de José Pablo Polo. Calcula su ritmo, sopesa sus imágenes. Reacciona a los estímulos de la iluminación de Olga García, diseñadora de atmosferas. Está lejos de la frialdad de cierta danza contemporánea racional al ubicarse más cerca de la hoguera de las emociones, gracias a una ejecución orgánica que exige una implicación no solamente física de los que la bailan, esos seis cuerpos dúctiles, entrenados, sensibles e inteligentes que intercambian energías, depositan su confianza en el otro, hacen comunidad y ponen en práctica la solidaridad. Son la fuerza del colectivo.
-Omar Khan